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Creado por juancas correo del 06 de Enero del 2008
Segundo «Éxodo» judío de Egipto, tres milenios después
06 de Enero del 2008
Segundo «Éxodo» judío de Egipto, tres milenios después
POR J. CIERCO TABA/
9-10-2004 03:06:50
Un grupo de turistas israelíes vuelven precipitadamente a casa, tras una noche de muchas pesadillas AP
Miles de turistas israelíes abandonan a la carrera la Península del Sinaí. Asustados; sin una sonrisa que llevarse a la boca; con pocas palabras, todas temblorosas.
Acaban de escapar del infierno. Y lo saben. Con maletas y mochilas. De la mano y en la espalda. En bikini y en bañador. Con el perro. Con el cochecito del bebé y con niños cargados de juguetes y muñecas. Con la abuela más lenta que de costumbre.
Jóvenes con largas melenas y aros en la nariz y mayores con sus familias a cuestas. Estudiantes sin ganas de volver a clase y ejecutivos agresivos dispuestos a ponerse de nuevo manos a la obra.
Parejas de enamorados, y divorciados recién emparejados de nuevo. Amigos de toda la vida, y hermanos dispuestos a sellar la paz tras una pelea sin importancia. Israelíes de todos los colores, aspectos y clases sociales. Eso sí, ni un religioso. Eso sí, ni una sonrisa nada más acabado el Sukot.
Advertencias del Mosad
La frontera entre Taba y Eilat es un hervidero. Hace calor. El día no ha levantado hace mucho. Durante toda la noche han cruzado por aquí decenas, centenares de turistas que hicieron oídos sordos a las advertencias lanzadas por el Shin Bet y por el Mosad y se decidieron a pasar junto al Mar Rojo egipcio sus vacaciones.
El segundo éxodo de los hebreos desde Egipto, tres mil años después del primero, tiene lugar entre una Taba con olor a muerte bajo los escombros del hotel Hilton y una Eilat sin brazos suficientes para reconfortar a todos los recién llegados, para consolar a todos los afectados, para calmar tantas almas inquietas.
Ningún Moisés encabeza la marcha. Las aguas del Mar Rojo no se abren esta vez a su paso. Aquel peregrinar por el desierto duró 40 años. Ahora apenas tardan 40 minutos en cruzar la frontera una vez llegan hasta aquí.
Lo hacen decenas, centenares, miles de personas. En fila. Casi sin hablar. A los pocos que lo hablan les tiembla la voz. No es para menos. También pocos levantan la vista del suelo. Sólo aquellos que se encuentran con sus familiares, impacientes y nerviosos, y que escupen de golpe, entre lágrimas o risas desencajadas, la tensión y el miedo acumulados.
Avanzan a cámara lenta. Lo hacen envueltos en una manta invisible que abraza, paso a paso, bajo al pegajoso sol del Sinaí, su dolor, su tristeza, su rabia, su estupefacción.
Vienen de Taba. De Nueibaa. De Dahab. De Sharm el-Sheij. De Ras al-Sultán. Con sus guitarras. Sus gorras. Sus pañuelos que cubren sus inconfundibles calvas. Con sus gafas de sol que imprimen carácter y esconden esas lágrimas que algunos no quieren mostrar ante los medios de comunicación internacionales aquí concentrados.
Se van. Recorren paso a paso un camino de no retorno. Amit, recién llegado de Ras al-Sultán, donde han muerto dos israelíes; con su calva, qué remedio, y sus gafas de sol, y su mochila a la espalda, y su guitarra, y alguna que otra lágrima furtiva, lo tiene claro: «No volveremos nunca más. El Sinaí y Egipto se han acabado para nosotros. Este es nuestro segundo y definitivo éxodo. Tres mil años después. En 2004».
«Creíamos que eran aviones»
No es el único que habla. No es al único al que le cuesta hacerlo. También lo hace Udi Adam, médico de Tel Aviv, mientras lleva en brazos hacia su coche aparcado no muy lejos, a su pequeña Tirza de 4 años: «Al principio creíamos que eran aviones de combate israelíes haciendo ejercicios de tiro en el desierto. Luego los beduinos nos dijeron que quizás fuesen minas. Pero no. Ni una cosa ni otra. De pronto, de golpe, se abrieron de par en par las puertas del infierno. Cuando llegamos al hotel, segundos después de la explosión, comprendimos que era un ataque terrorista. No podía ser otra cosa». No era, no fue otra cosa.
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