“¡Oh, vosotros que vivís sobre la tierra y vosotros que vais a nacer,
que vendréis a este desierto, que veréis esta tumba y pasaréis ante ella: venid.
Yo os conduciré al camino de la vida....”
Inscripción de Sishu, padre de Petosiris
La tumba de Petosiris, situada en la necrópolis de Tuna el-Gebel, en las inmediaciones de la antigua Khmun (Hermópolis), fue considerada en los momentos tardíos de la historia de Egipto como un lugar especialmente santo al que acudían peregrinos que conservaban la memoria de un antiguo sacerdote de Thot cuyos restos, junto a los de otros familiares, allí se conservaban. La tumba está decorada enteramente con bajorrelieves que acusan la influencia del arte griego. Contiene diversas inscripciones en cuyos textos se ha transmitido buena parte del profundo halo de misticismo que envolvía a la figura de Petosiris. Gracias a estos textos podemos conocer en buena medida las creencias religiosas que existían en el momento final de la historia de Egipto, cuando tras la derrota de los invasores persas acuden al país los hombres de Alejandro Magno.
Los vestigios de la tumba fueron descubiertos en 1919, una vez que el Servicio de Antigüedades egipcio tuvo conocimiento del interés de un individuo que habitaba en la cercana población de el-Ashmunein por realizar excavaciones en el paraje donde se enclavaba, en el desierto de Tuna. Tras varias investigaciones se pudieron localizar los vestigios del monumento, cuyo estudio y excavación se inició a finales de ese mismo año, siendo dirigidos los trabajos por Gustave Lefebvre, que en esos tiempos era conservador del Museo de El Cairo. En los años siguientes el edificio sería restaurado por Barsanti, que se ocupó de reintegrar la parte superior de los muros y de las columnas, así como de reconstruir el techo, que se había perdido en su totalidad.
Procedencia: Egipto - Grandes descubrimientos de la Arqueología. Varios autores. Planeta, Barcelona (1990).
La estructura de la tumba reposa en cuatro elementos diferenciados. De un lado, la fachada, que recuerda la de los templos de época tardía como Dendera o Edfú. Consta de cuatro columnas, unidas entre sí por muros, cuyos capiteles contienen motivos vegetales (loto, papiro y hojas de palma). Desde ella se accede al pronaos, que comunica con la propia capilla interna, de planta cuadrada y cuyo techo es sostenido por cuatro pilastras. En el centro de la capilla se abre un pozo que alcanza ocho metros de profundidad y que conduce a los espacios donde se encontraban las sepulturas de Petosiris y algunos de sus familiares.
Los persas en Egipto
La tumba de Petosiris, fechada por los investigadores entre finales del siglo IV a.C. y los primeros momentos del III, fue levantada por un hombre que vivió en los años en que Egipto estaba sometido al poder de los persas. Este personaje, Petosiris, habría de contemplar como aquellos eran expulsados por los ejércitos de Alejandro Magno y se piensa que es posible que llegara a conocer, incluso, los primeros momentos de la dinastía ptolemaica.
Petosiris, del que conocemos que era sumo sacerdote de Thot en Hermópolis Magna hizo levantar la tumba para que en ella reposaran los restos de su familia (su padre y un hermano mayor) y de él mismo. Las inscripciones que cubren las paredes de la construcción revisten un gran interés ya que nos han transmitido noticias que nos hablan de los tiempos de la segunda dominación persa de Egipto, momentos de nefasto recuerdo para los hombres del país del Nilo. Sobresale también en ellas el intenso contenido ético-religioso de los textos, en los que se nos sugiere un modelo de vida marcado por el misticismo y se nos brinda una elevada noción de Dios.
Esta segunda etapa de dominio persa se había iniciado en el año 341 a.C., cuando una nueva oleada invasora inundó Egipto, que quedó reducido a la condición de mera satrapía del imperio oriental. Por otro documento que se ha conservado, la denominada “Crónica demótica”, tenemos conocimiento de las desgracias que produjo al pueblo egipcio, que hubo de contemplar como todo era devastado, produciéndose asesinatos en masa y saqueos de los templos sagrados. Muchas de las imágenes de los dioses fueron robadas por los persas, que no dudaron en llevárselas a su país. Las sublevaciones y esfuerzos de liberación que se produjeron fueron estériles y el mal, instalado en el poder, gobernó Egipto.
Este duro sometimiento se prolongó hasta el año 333, en que Dario II fue derrotado en la batalla de Iso por los hombres de Alejandro Magno, que habría de ser recibido en Egipto como un liberador triunfal en medio de grandes manifestaciones de entusiasmo, sobre todo cuando el macedonio decidió honrar a los dioses egipcios y buscando legitimidad se hizo reconocer como rey del país por Amón, a quien no dudó en rendir culto en el santuario del dios en Siwa. El alivio con que Egipto acogió a los nuevos invasores griegos nos ofrece una prueba del estado de decadencia que imperaba por doquier. Egipto, en estos tiempos, era ya solamente una pálida sombra de lo que había sido en sus momentos de esplendor.
Las inscripciones de la tumba de Petosiris reflejan el estado de ánimo de los egipcios en esos momentos en que los persas habían vuelto a someter el país. Como trasfondo religioso se ofrece la idea de que la impiedad era la causa de la desgracia que se había abatido sobre esta tierra sagrada. Petosiris nos dice que había sido abandonado, incluso, el propio lago del templo, espacio santo que reproducía el lugar donde habría nacido el propio Ra, es decir, las denominadas aguas primordiales o germen de la creación. La maldad gobernaba en Egipto y esa era la causa de la sucesiva acumulación de desgracias que padecía su pueblo.
Religión y misticismo
Sin embargo, en estos momentos en que los malvados se habían apoderado de todo y Egipto sufría continuos padecimientos se produjo un florecimiento del misticismo en la vida íntima de templos y santuarios, que habría que relacionar con la situación de crisis que embargaba todo. El gran dios de Egipto, Amón, señor de Tebas, había sido desde siempre el dios de la victoria. Bajo sus estandartes los ejércitos egipcios habían conocido continuos triunfos que hacían que el templo del dios en Tebas hubiese acumulado inmensas riquezas en otros tiempos. Ahora, sin embargo, Amón había sido derrotado y Tebas, en el año 663, había sido destruida por los hombres de Asurbanipal.
Las sucesivas derrotas e invasiones de Egipto habían desviado a los hombres del culto de Amón. En su lugar, el pueblo se había volcado en los ritos vinculados con los animales sagrados, a fin de cuentas dioses de carne y hueso que no habían abandonado al país en medio de tantas desgracias, y se había refugiado en los misterios de la pasión y resurrección de Osiris, dios de los muertos, que de algún modo explicaba las desgracias que sacudían a los egipcios y les ofrecía esperanzas para el más allá. El auge de los cultos a Osiris en estos momentos de desgracias sucesivas hizo que cuando los griegos arribaron a Egipto pensasen que la religión egipcia estaba encerrada, esencialmente, en esa intensa devoción al dios de los muertos. Lo cierto es que esos momentos se había producido un tremendo debilitamiento de los tradicionales dogmas solares y el culto a Amón estaba en entredicho, del mismo modo que estaba igualmente cuestionada la propia figura del faraón, que, en suma, representaba en la tierra a un dios que había sido vencido una y otra vez en el transcurso de los últimos siglos.
Consecuencia de este proceso fue que la religión consiguió una autonomia que no había tenido antes. En estos tiempos el sacerdocio lleva a cabo una reforma que hace que se gane el respeto de los fieles, tanto por la dignidad que de él emana como por su pureza de costumbres. Perdido el carácter oficial de la religión, en la medida en que se ha quebrado el vínculo con los reyes debido a las invasiones, esta ha pasado a ser, sobre todo, una guía de conciencias, reglamentando aspectos morales y ofreciendo misticismo antes que oficialidad.
En este contexto es donde hemos de situar a Petosiris, sumo sacerdote de Thot, buen representante de esa irradiación de misticismo que se detecta en Egipto en los momentos que anteceden a la llegada al poder de la nueva dinastía de los Ptolomeos. Destaca en la vida de este hombre, según nos dicen las inscripciones de su tumba, que intentó vivir siempre agradando a Dios y que ansiaba, sobre todo, poder conseguir la más estrecha comunión con él. Desde su infancia hasta el momento de su muerte, se nos dice, Petosiris puso siempre su confianza en Dios. Durante la noche pensaba cúal era la voluntad divina, y por la mañana intentaba cumplir aquello que agradaba a Dios. Jamás frecuentó a los que ignoraban a Dios, sino que por el contrario siempre se apoyó en los que le eran fieles, pues en su interior abrigaba el pensamiento de que algún día, después de su muerte, tendría que presentarse ante Dios y sería juzgado por los dueños de la verdad.
Inscripciones funerarias
En las creencias egipcias para asegurar la existencia de la personalidad del difunto en el más allá era necesario que sus restos materiales fuesen objeto de cuidados especiales por parte de sacerdotes funerarios, los denominados servidores del Ka, que debían desarrollar diversos rituales a lo largo del tiempo así como asegurar el mantenimiento de un adecuado servicio de ofrendas.
Procedencia: Tesoros Egipcios de la colección del Museo Egipcio de El Cairo. Francesco Tiradritti. Ediciones Folio, Barcelona (2000).
Los egipcios, sin embargo, eran conscientes de que en la realidad no resultaba posible asegurar ese servicio a la tumba a lo largo del tiempo. Era notorio que pasado un tiempo más o menos largo los restos del fallecido habrían de caer en el olvido; incluso las tumbas de los más ricos, pasadas varias generaciones, serían olvidadas cuando no saqueadas y destruidas con motivo de revueltas o desordenes que en diversos momentos sumieron al país en el caos. Debido a esas circunstancias, que de manera inexorable habrían de conducir al olvido del difunto, los egipcios optaron por grabar en las paredes de las tumbas las fórmulas que debían recitarse y representar las ofrendas que el Ka precisaba. Pensaban que gracias al poder de la magia el mundo real, incapaz de mantenerse en el tiempo, sería sustituido por un mundo ideal que se sustantaría en esas representaciones. De ese modo, si con el paso del tiempo ya nadie se ocupaba del servicio de la tumba, entraría en juego el propio poder mágico de las inscripciones y de los bajorrelieves, que conseguiría evitar que el difunto callese en el olvido. En suma, la magia daría vida al contenido de las inscripciones, en el deseo de mantener y proteger la vida inmortal del fallecido.
Con esa misma finalidad, las inscripciones funerarias de las tumbas contienen peticiones que se dirigen a las personas que las habrán de visitar en el futuro, a las que se pide que intercedan por el difunto leyendo en voz alta esas fórmulas, pronuncien el nombre de la persona fallecida y pidan ofrendas para su Ka. Es también usual, por contra, que incluyan maldiciones dirigidas contra los individuos que puedan dañar la santidad del lugar, bien sean saqueadores u otros sujetos que podrían acceder a la tumba buscando el conocimiento de los secretos mágicos que sus inscripciones contenían.
Inscripción de Sishu
Veamos seguidamente la versión que de la inscripción funeraria de Sishu, padre de Petosiris, nos ofrece Serrano Delgado (1993); más adelante realizaremos un breve comentario sobre su contenido:
“Ofrenda que el rey da a Osiris Khenti-Imentyu, el gran dios, el señor de Abidos, para que proporcione (una ofrenda de un millar de panes y cerveza, bueyes y aves, alabastro y ropa, ungüentos) e incienso, un millar de toda cosa buena y pura para el Ka del propietario de esta tumba, el Grande de los Cinco, Señor de los (Sagrados) Tronos, Segundo Profeta de Khnum-Re, señor de Her-Ur, y de Hathor, Señora de Neferusi, el Filarca de la Segunda Sección Sacerdotal del Templo de Her-Ur y de la de Neferusi, Sishu, justificado, dice:
¡Oh, vosotros que vivís sobre la tierra y vosotros que vais a nacer, que vendréis a este desierto, que veréis esta tumba y pasaréis ante ella: venid. Yo os conduciré al camino de la vida, de forma que podáis navegar con buen viento, sin que quedéis varados, para que alcancéis la morada de las generaciones, sin llegar a la aflicción.
Yo soy un difunto excelente, sin faltas. Si escucháis mis palabras, si os unís a ellas, encontraréis su excelencia. El buen camino es servir a dios. Bendito aquél cuyo corazón le conduce a ello. Os hablo de lo que me acontenció. Haré que conozcáis los designios de dios. Haré que percibáis el conocimiento de su poder.
He llegado aquí, a la ciudad de eternidad, porque realicé el bien sobre la tierra, porque llené mi corazón con el camino del dios, desde mi juventud hasta este día. Me tiendo con su poder en mi corazón, me alzo haciendo lo que su Ka desea. Practiqué la justicia y aborrecí la falsedad, sabedor de que él vive por ella, y en ella se satisface. Yo fui puro, como desea su Ka; no me asocié con el que ignoraba el poder de dios, apoyándome en aquel que la era fiel. No me apoderé de los bienes de nadie; no hice mal alguno a nadie. Todos los ciudadanos alaban a dios por mi. Yo hice esto pensando que alcanzaría a dios tras la muerte, conocedor del día de los señores de justicia, cuando disciernen en el juicio. Se alaba a dios por aquel que ama a dios; él alcanzará su tumba sin aflicción.”
El camino de la vida
La inscripción funeraria del padre de Petosiris, como es habitual en el antiguo Egipto, se inicia con un formulario de ofrendas que se elevan a Osiris, señor de Abidos y rey de los muertos. Esas ofrendas se destinan al Ka de Sishu, propietario de la tumba, del que se enumeran sus títulos sacerdotales. Seguidamiento, según práctica igualmente habitual, se hace una invocación a los vivientes, sean los que ya viven o los que vivirán en el futuro, que habrán de llegar a esta tumba. A todos ellos, Sishu promete conducir al camino de la vida inmortal.
El difunto, justificado, quiere ayudarnos a conocer los designios de Dios para que todos los que vayamos a la tumba podamos conocer sus poderes. A fin de cuentas el camino de la vida no consiste sino en servirle, para lo que tendremos que realizar el bien sobre la tierra, llenar nuestro corazón de él y hacer todo aquello que el Ka de Dios desea que hagamos.
Esa vida al servicio de Dios conducirá a que el difunto, cuando se presente en el juicio de los que Sishu denomina señores de la justicia, sea declarado puro, es decir, justificado. En la inscripción se reproducen algunas frases que guardan una relación estrecha con las denominadas “Confesiones Negativas” del “Libro de los Muertos” de los antiguos egipcios, también conocido como “El Libro para salir a la Luz del día”, en cuyo capítulo 125 se instruye al difunto sobre la declaración de inocencia que deberá prestar en el juicio de Osiris. En ese sentido, Sishu declara expresamente que: “no me asocié con el que ignoraba su poder”, “no me apoderé de los bienes de otros”, “no hice el mal a nadie”, ... No cabe duda de que el difunto conocía los rituales que se indican en el “Libro de los Muertos” para poder superar el temible juicio.
Estas ideas acerca de un juicio de los muertos eran sustanciales en relación con las creencias egipcias sobre el más allá. El tribunal, integrado por 42 dioses jueces, estaba presidido por Osiris, siendo el momento más importante del juicio la denominada psicostasia o acto de pesar el corazón. Se pensaba que en este órgano humano tenían su sede tanto las acciones buenas como las malas por lo que al pesar el corazón se podía determinar si el difunto había estado poseído por la rectitud o por la maldad. Con esa finalidad, en uno de los platillos de la balanza se colocaba el corazón del fallecido y en el otro una ligera pluma de avestruz, símbolo de la diosa Maat, representante de la justicia. El corazón debía ser más ligero que la pluma. Es decir, puro. En otro caso, un ser monstruoso, Am-mit, lo devoraba de inmediato, ocasionando la aniquilación de la personalidad del fallecido, es decir, su muerte total, su definitiva extinción.
Por el contrario, los encontrados puros, los justificados, se convertían en Dios, se transformaban en Osiris y accedían al reino de Occidente. El temor al juicio de los muertos estaba ausente en Sishu, que nos dice que a lo largo de su vida llenó su corazón con el camino de Dios; por la noche, se tendía con el poder de Dios en su corazón; en suma, era un hombre puro. La inscripción del padre de Petosiris contiene una frase que ofrece una expresión clara de esperanza de alcanzar la vida eterna; en efecto, nos dice Sishu que el hombre que ama a Dios habrá de llegar a su tumba, es decir alcanzará la muerte, sin aflicción.
Inscripción de Petosiris
Conozcamos ahora parte de la incripción funeraria de Petosiris, tambíen en la versión de Serrano Delgado (1993):
“Su querido hijo más joven, poseedor de toda su propiedad, Grande de los Cinco, Señor de los (Sagrados) Tronos, el Alto Sacerdote que ve al dios en su santuario, que lleva a su señor, que entra en el santo de los santos, que lleva a cabo su función junto con los Grandes Profetas, el Profeta de la Ogdóada, Jefe de los sacerdotes de Sekhmet, Director de los Sacerdotes de la Tercera y Cuarta Sección, Escriba Real que lleva las cuentas de todas las propiedades en el templo de Khnum, Segundo Profeta de Khnum-Re, Señor de Her-Ur, y de Hathor, Señora de Neferusi, Profeta de Amón-Re y de los dioses de estos lugares, Petosiris, el reverenciado... dice:
Oh, (tú), profeta cualquiera, sacerdote cualquiera, oficiante cualquiera que entres en esta necrópolis y veas esta tumba, ruega a dios por aquel que actúe (para mí), ruega a dios por aquellos que actúen (para mí). Pues yo fui uno honrado por su padre, alabado por su madre, benéfico para sus hermanos.
Construí esta tumba en esta necrópolis, junto a los grandes espíritus que aquí están, para que se pronuncie el nombre de mi padre y el de mi hermano mayor. Un hombre es revivido cuando su nombre es pronunciado. El occidente es la morada de aquel que no tiene faltas. Rogad a dios por el hombre que lo ha alcanzado. Ningún hombre lo alcanzará, a menos que su corazón sea recto practicando la justicia. Allí el pobre no se distingue del rico, sólo el que es encontrado libre de falta por la balanza y el peso ante el señor de la Eternidad. Ahí nadie está exento de ser calibrado: Thot, como un babuino a cargo de la balanza, sopesará a cada hombre por sus actos en la tierra.
Estuve en el agua del señor de Khmun desde mi nacimiento. Tenía todos sus designios en mi corazón. (Él) me escogió para administrar su templo, conociendo que yo lo respetaba en mi corazón. Estuve siete años como controlador para este dios, administrando su fundación sin que se encontrara falta alguna, mientras que el Gobernante de los Países Extranjeros era el protector de Egipto, y nada estaba en su lugar original, puesto que la lucha había estallado dentro de Egipto, estando el sur en tumulto, y el norte en agitación. La gente andaba con la cabeza vuelta; todos los templos estaban sin sus servidores. Los sacerdotes habían huido, sin saber que estaba pasando.
Cuando me convertí en controlador para Thot, señor de Khmun, puse el templo de Thot en su estado primigenio. Hice que cada rito fuera como antaño, y que cada sacerdote (sirviera) en su justo tiempo. Hice grandes a sus sacerdotes; promoví a los sacerdotes-horarios del templo. Promoví a todos sus servidores. Proporcioné una norma a sus asistentes. No reduje las ofrendas de este templo. Llené sus graneros con cebada y espelta, su tesoro con toda cosa buena. Incrementé lo que anteriormente había, y cada ciudadano alabó a dios por mí. Proporcioné plata, oro y todo tipo de piedras preciosas, de forma que alegré los corazones de los sacerdotes y de todos aquellos que trabajaban en la Casa de Oro; y mi corazón se regocijó en ello. Dejé espléndido lo que había encontrado arruinado por todos lados. Restauré lo que hacía tiempo había decaído, y que ya no estaba en su lugar...”.
Cosmogonía de Hermópolis
En la enumeración de los títulos de Petosiris se nos dice que era Grande de los Cinco y Profeta de la Ogdóada, es decir, sumo sacerdote, y que como tal tenía el privilegio de servir a dios en el interior de su santuario. Ese título de Grande de los Cinco era, precisamente, la denominación que distinguía a los grandes sacerdotes de Thot. En el antiguo Egipto cada dios poseía sus profetas, palabra que venía a significar “siervo del dios”. Se sabe que el gran templo de Amón en Karnak llegó a contar con cuatro profetas, que realizaban las más altas funciones sacerdotales auxiliados por una multitud de personajes secundarios.
La cosmogonía hermopolitana, que se formó y desarrolló en Khmun (Hermópolis Magna), había establecido como centro de su culto al dios Thot, considerado como dios primordial, al que los alejandrinos de los tiempos helenísticos habrían de identificar con Hermes Trimegisto, señor del conocimiento y de la iluminación.
Se nos dice también que Petosiris habría sido el Escriba Real que llevaba las cuentas en el templo de Khnum, que según las creencias egipcias era un dios dotado de un inmenso poder creador, siendo responsable de modelar en su torno de alfarero a todos los que habrían de nacer. Khnum, en efecto, garantizaba el nacimiento de los niños y usualmente se le representaba accionando el torno con su pie en tanto que sus manos estaban modelando la imagen del niño y de su Ka.
La cosmogonía de Hermópolis, rival de la tradicional teología solar heliopolitana, tuvo sus antecedentes en la época predinástica de Egipto y nos ofrece una sugerente visión de lo que para los antiguos pobladores del valle del Nilo hubo de ser el denominado caos primordial. Según estas creencias, Thot aparece rodeado de cuatro parejas de dioses, la Ogdóada, cuyos elementos masculinos se representan como ranas y los femeninos por serpientes, que vendrían a simbolizar la personificación de las cuatro entidades elementales: Num y Nunet, son el propio océano primordial; Heh y Hehet, el elemento infinito o eterno; Kek y Keket, el elemento tenebroso, y Amón y Amonet, el elemento mistérico u oculto. Todos ellos habitaban las aguas primordiales en las que habría de desarrollarse un huevo que terminaría dando origen al propio Sol (Ra), que sería luego la gran fuerza creadora y ordenadora del mundo. Los dioses de la Ogdóada hermopolitana, con sus cabezas de rana o de serpiente, evocan la vida mal diferenciada que se desarrollaba en esa ciénaga de las aguas primordiales, donde la tierra, en el principio de todo, comenzó a emerger. En sintonía con estas creencias sobre la creación, los templos egipcios poseían un lago sagrado, cuyas aguas brotaban del interior de la tierra, donde todo seguía anegado por un inmenso abismo acuoso, el Num.
Siguiendo una práctica que ya comentamos que era habitual en los textos funerarios, Petosiris hace también una invocación a los vivientes, sean profetas, sacerdotes u oficiantes, que habrán de personarse en la tumba, a los que pide que rueguen a Dios por todos aquellos que actúen de modo favorable para el difunto.
El poder de la palabra
Petosiris nos dice que decidió construir esta tumba, en la que también están sepultados su padre y su hermano, para que todos revivan cuando sus nombres sean pronunciados por las personas que allí lleguen. Afirma Petosiris que un hombre es revivido cuando su nombre es pronunciado. Con ello nos confirma la existencia de una sólida creencia que atribuía un inmenso poder creador a la palabra. En efecto, para los egipcios cuando se pronunciaba el nombre de una persona fallecida se conseguía materializar su personalidad. Gracias a la palabra, de algún modo, se reproducía la vida. El hombre era creado de nuevo y se aseguraba su supervivencia.
Estas creencias no deben sorprendernos si tenemos en cuenta que para los egipcios la propia base de la creación se encontraba en el Verbo divino, ya que el mundo fue hecho a través de la palabra. Cuando Ra decidió crear a los otros dioses fue suficiente con que los nombrara, es decir, deseara que existieran, para que estos tomasen vida. El propio Génesis bíblico, a fin de cuentas, también sostiene que la creación se realizó a través del Verbo: “Dios dijo: ¡Hágase la luz! Y la luz se hizo”.
Por contra, los egipcios también pensaban que cuando el nombre del difunto era destruido se producía la aniquilación total de su ser. Cuando los faraones ordenaban borrar los nombres de los enemigos o usurpadores buscaban producir la muerte definitiva de estos, que eran olvidados como si jamás hubieran existido. Así sucedió, por ejemplo, con Akhenatón, el faraón hereje, cuyo nombre fue borrado de todos los lugares, una vez que falleció, en el deseo de los sacerdotes de Amón de producir su completa aniquilación.
En los textos funerarios de Petosiris encontramos, al igual que en los de su padre, diversas alusiones a la creencia de que solo los hombres cuyo corazón sea recto podrán alcanzar el reino de Occidente, es decir, la morada de los justos. Es preciso que el hombre practique la justicia en la tierra. En el más allá, lo que distinguirá a los fallecidos será haber sido encontrado libre de actos impuros en el acto de pesar el corazón en la balanza. En ese momento, Thot, el dios al que Petosiris servía, actuará precisamente como escriba que anota el resultado favorable o adverso de la medición. Los papiros funerarios suelen representar a Thot, en el juicio de los muertos, como un babuino.
Encontramos en la inscripción, finalmente, diversas alusiones a unos tiempos en que estaría reinando en Egipto el Gobernante de los Países Extranjeros (dominación persa, como ya comentamos). Se nos dice que son momentos de agitación y que los templos han sido abandonados por sus servidores. En ese contexto de impiedad Petosiris sostiene que él restauró el templo de Thot, ocupándose de que volvieran los sacerdotes y se reanudaran los ritos. Petosiris, nos dice el texto, habría conseguido retornar en espléndido lo que antes había encontrado arruinado. Los rituales y los misterios volvieron a brillar como antaño y gracias a su labor y esfuerzo los hombres pudieron volver a alabar a Dios. Para entonces, solo restaba ya a Petosiris, ocuparse de construir la tumba en la que su cuerpo habría de descansar cuando la muerte llegase. En ese momento, su espiritu, puro y justo, se elevaría al reino de Occidente, asimilado al propio Osiris y transformado en Dios. Muchos hombres, nosotros entre ellos, habríamos de repetir en el futuro su nombre para asegurarle la inmortalidad.
Bibliografía
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