Pectoral de la tumba de Sit-Hathor-Yunet
Época: Dinastía XII (1991-1782 a. C.), reinado de Sesostris II (1897-1878 a.C.)
Dimensiones: Alto: 4'4 cm. Largo máximo: 8'2 cm.
Materiales: Oro, lapislázuli, cornalina, turquesa y granate.
Lugar de conservación: Metropolitan Museum of Art, Nueva York
Lugar de localización: Excavaciones de Guy Brunton, ayudante de Petrie, entre 1913-1914 en la Tumba 8 de el-Lahum.
Durante los trabajos dirigidos por el arqueólogo Flinders Petrie en la zona de el-Lahun entre 1889-1890, fue localizado el acceso y la cámara funeraria de la pirámide faraón Sesostris II. Años después, hacia finales de 1913, la British School of Archaology regresaba a el-Lahum con el objetivo de explorar las tumbas subsidiarias. Así fueron localizados alrededor de la pirámide varios enterramientos que habían sido saqueados ya en la antigüedad, aunque ello no impidió que ofrecieran deslumbrantes sorpresas a sus exploradores. De hecho, Guy Brunton, ayudante de Petrie, pudo hallar bajo unos veinte centímetros de barro solidificado en la tumba de la princesa Sit-Hathor-Yunet, un auténtico tesoro integrado por objetos de tocador y delicadas piezas de joyería[1]. Estos maravillosos objetos parece que en origen habían sido guardados en cofres de ébano que, debido a la acción del agua y al paso inexorable del tiempo, habían desaparecido casi totalmente; buena parte de su contenido, sin embargo, se había preservado al haber sido confeccionado con metales y piedras preciosas. Así, Guy Brunton se convirtió en el protagonista de unos de los hallazgos más espectaculares realizados en Egipto y en la primera persona que después de miles de años volvía a contemplar la belleza de unas creaciones de orfebrería de calidad incomparable[2].
En el tesoro de Sit-Hathor-Yunet destaca un espejo de plata con un elaborado mango; también es excepcional por su belleza una diadema de oro decorada con largas y estilizadas plumas; además de un importante grupo de brazaletes y collares, y una rica variedad de sofisticadas cuentas. No obstante, entre el magnífico conjunto descubierto hay que llamar la atención especialmente sobre dos pectorales de diseño prácticamente idéntico: uno contiene el cartucho de Sesostris II (Fig. 1 y 2), y el otro, una réplica de menor calidad en cuanto a realización técnica y riqueza de materiales, con el cartucho de Amenemes III[3] (Fig.3). La presencia de estos pectorales en el enterramiento de la princesa presumiblemente puede deberse al hecho de ser hija y sobrina, respectivamente, de estos monarcas. Puede que nos encontremos antes preciados regalos familiares que la princesa se llevó a su tumba. En el presente artículo prestaremos atención a la joya con el nombre de Sesostris II (Fig. 1).
El pectoral de Sit-Hathor-Yunet se conserva en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York (MMA 16.1.3)[4]. Para su realización, los joyeros egipcios recurrieron a la técnica del cloisonné, procedimiento ampliamente utilizado en la orfebrería más lujosa y que permitió a sus creadores alcanzar las mayores cotas de refinamiento. Dicha técnica consistente en la confección de una base metálica sobre la que se habilitan una serie de celdillas en las que se incrustan fragmentos de vidrios o piedras de colores. En el pectoral de Sit-Hathor-Yunet la base metálica es enteramente de oro; respecto a las incrustaciones, éstas se realizaron con piedras de intensa policromía como lapislázuli, cornalina, turquesa…
La precisión y la calidad del trabajo en este pectoral resulta del todo evidente, teniendo en cuenta la composición general de la obra y, especialmente, ante la exactitud del encaje de las piedras preciosas, talladas delicadamente para adaptarse a la forma y dimensiones distintas que perfilan cada una de las celdillas correspondientes. Y todo ello en una pieza que apenas supera en altura los 4 cm., de modo que buena parte de estas incrustaciones tienen dimensiones milimétricas. En definitiva, un total de 372 piezas, encajadas a la perfección sobre un diseño elegante y ricamente simbólico, confieren a esta joya un preciosismo sin parangón. Un preciosismo que incluso se hace patente en el reverso, donde el detalle de todos los elementos da forma a la superficie de oro y cuya cincelada belleza compite estrechamente, aunque adoleciendo de policromía, con la parte delantera de la joya (Fig. 2).
Al observar el pectoral se aprecia fácilmente que el diseño busca la armonía de la simetría, repitiéndose los elementos que lo integran a ambos lados de un eje central ocupado por el cartucho con el Nombre de Trono del faraón. Dicho cartucho se encuentra flanqueado por la elegante figura de dos halcones enfrentados, seres asociados estrechamente a la simbología solar y a la divinización monárquica. En el plumaje y tocados de ambos halcones se ha dado prioridad a los tonos azules conseguidos mediante incrustaciones de lapislázuli y turquesa. El detalle también queda plasmado en las incrustaciones utilizadas para destacar los ojos, el pico y otros elementos de la cabeza del ave. También resulta extraordinariamente cuidada la confección de las patas, mostrándose hasta el aspecto escamoso de la piel de la rapaz, así como la fuerza de sus poderosas garras. Una de las garras se cierra sobre el signocircular chen, símbolo de la eternidad, y la otra se extiende hacia delante y reposa sobre las ramas que sostiene Heh, dios de lo infinito y eterno.
Situado bajo el cartucho y compartiendo el eje central, la figura de Heh también fue representada con gran meticulosidad. A pesar de las reducidas dimensiones, el creador de la obra consiguió tallar sus ojos, su boca y nariz, todo ello en un pequeño fragmento de turquesa que configura la cara del personaje. A ello sumar otros pormenores extraordinariamente cuidados: la presencia de una barba postiza, la peluca tripartita, el faldellín y un collar; siendo incluso apreciable la forma del dedo gordo de sus manos[5].
La representación muestra al dios Heh en su aspecto más tradicional: antropomorfo, arrodillado y sosteniendo el nervio central de hojas de palmera, curvadas en sus extremos, sobre las que se han realizado incisiones que aluden a los múltiples años que transcurren; es decir, muchísimas marcas que se identifican con una gran abundancia de años[6].
En la iconografía egipcia era habitual que la imagen de Heh se pudiera complementar con diversidad símbolos. En esta ocasión se ha utilizado el recurso de asociar al dios con la imagen de un renacuajo que ha sido representado colgando de uno de sus brazos. Dicho elemento es el único en el pectoral que no se repite simétricamente, pues ello había generado un conflicto compositivo debido a la postura adoptada por Heh, cuyas piernas dobladas llenan el espacio que podría haber ocupado el renacuajo de haber sido duplicado. La presencia de este único animal, que como jeroglífico servía para escribir el número 100.000, ensalza sobremanera el sentido simbólico de la figura del dios: subraya la alusión a lo incontable, abundante e ilimitado, pero también confiere un relevante matiz vinculado con las nociones de regeneración, creación y fertilidad, que tan intensamente se asocian a este anfibio tanto en su forma adulta como en este estadio de su proceso vital[7].
Además de lo visto, el pectoral cuenta con otros detalles de delicada factura, como las cobras cuyos cuerpos se enroscan para dar forma a los discos que coronan los halcones y que terminan enmarcarlo el cartucho. Así, la presencia del reptil sirve tanto para componer una corona habitual en las divinidades solares, como para situar a las cobras como elementos de protección del faraón. Y, en otro detalle magnífico, el cuerpo de las serpientes pasa a través de la forma oval del signo ankh, uno de los amuletos más relevantes de la tradición egipcia y emblema identificador de la divinidad. La localización de este símbolo enlazado por las cobras a la imagen de las aves, pero también flanqueando el nombre del soberano, confiere un subrayado carácter de divinidad no sólo a los halcones, sino también a las propias cobras y al faraón.
La fachada de estructura trapezoidal de los templos egipcios, que alude metafóricamente a la colina sobre la que aparece el sol durante el amanecer y por la que se esconde en el ocaso, inspiró el enmarcamiento de muchos pectorales realizados a lo largo historia del antiguo Egipto, y es un elemento ciertamente frecuente en la joyería que se conoce del Imperio Medio. Sin embargo, la joya que nos ocupa, sin perder un ápice de equilibrio, quedó exenta de ese tipo de marco: son los propios halcones lo que cierran la composición por los laterales, permitiendo un diseño liberado de lo geométrico que, por otra parte, incrementa el protagonismo de las propias rapaces[8]. Es decir, la eliminación del marco otorga mayor realce a las figuras de las aves símbolo del sol y emblemas de la divinización de realeza.
En lo relativo a la parte baja, la joya se cierra y unifica con una franja horizontal. A su vez, dicha franja queda dividida en varios espacios en los que se representó una línea zigzagueante roja sobra un fondo azul. Este elemento es una alusión a lo acuático y reproduce estilizadamente las ondulaciones generadas sobre la superficie líquida.
De modo que el pectoral simbólicamente es una expresión de la eternidad del soberano, idea que se expresa en la figura del dios Heh, en el signo chen y que se reitera el representaciones del renacuajo. Pero además se trata de una eternidad donde lo solar tiene una relevancia especial, lo que viene expresado por la presencia de los dos halcones que, por sus dimensiones, son los grandes protagonistas de la obra.
El propio Nombre de Trono de Sesostis II, Kheper-Kha-Re, alude sobremanera a la idea de divinidad asociada al astro solar. Es más, la iconografía de los jeroglíficos que conforman el nombre del soberano tampoco deja lugar a la duda: un escarabajo pelotero, tradicional metáfora de la energía solar; la colina iluminada por la luz sobre la que se eleva el astro; y, en lo alto, el disco solar en su plenitud.
La idea de culminación de la imposición solar, y por extensión del propio faraón, fue ensalzada por el artista haciendo destacar el disco solar del cartucho del monarca con el habitual color rojo asociado al dios Re. Los discos portados por los halcones, sin embargo, se muestran en un color de la turquesa, algo inhabitual en las presentaciones solares[9]. La reiteración de tres elementos rojos prácticamente idénticos y muy juntos, posiblemente había diluido la relevancia del disco integrado en el nombre del monarca, de modo que se eliminó tal posibilidad.
Pero además de esta simbología alusiva a la eternidad del soberano y su divinidad, la presencia del agua en la parte baja de la obra y la imagen del dios de la eternidad como soporte del nombre del soberano, podría también aludir a la imaginería de los relatos cosmogónicos en los que se narra el principio de los tiempos y el inicio del ciclo de la existencia como algo que surge de las aguas primigenias y zigzagueantes del Nun. Sobre ese océano, según la mitología, surgió la primera manifestación de la existencia, iniciándose así el tiempo y los ciclos eternos de la naturaleza; y sobre una colina o isla, el astro solar consiguió tomar un punto de apoyo para elevarse al firmamento.
Aunque de forma sutil, también las imágenes de los relatos de creación, de profundo arraigo en la mentalidad egipcia, quedan implícitas en distintos elementos del pectoral que, en definitiva, constituye una auténtica oda a la divinidad del faraón, a su vinculación con el sol y, como tal, eje del eterno ciclo de la existencia. El monarca, por tanto, se identifica en esta joya con el astro benefactor, con su capacidad creadora y, sobre todo, con su divina capacidad de eternidad.
El pectoral de Sit-Hathor-Yunet conservado en el Metropolitan Museum de Nueva York es una obra llena de intensidad metafórica y de gran riqueza iconográfica. Una obra en cuyo diseño, además, se tuvo especial cuidado en la combinación de los colores de los ricos materiales con los que se está realizada la obra, teniendo en cuenta no solo la gradación cromática, sino también el grado de opacidad de las distintas piedras. Todo ello en una pieza de dimensiones reducidas, confeccionada con una calidad técnica de difícil parangón. De modo que el pectoral de Sit-Hathor-Yunet es una de las joyas más fascinantes legadas por los creadores de la antigüedad y considero que es una de las más magníficas creaciones del arte faraónico.
[1] La tumba de la princesa se situada en las proximidades de la esquina sudeste de la pirámide. El hallazgo también es conocido como Tumba 8 de el-Lahun o como la Tumba del Tesoro de Lahum. Ver en G. BRUNTON, op.cit., p. 12, Pl. XVI, XXI.
[2] Sobre ello ver las palabras del propio G. BRUNTON:
[3] El que contiene el nombre de Amenemes III se conserva en el Museo de El Cairo (CG 52712). Ver descripción y otros detalles en G. BRUNTON, 0p. cit., p. 29.
[4] Ver descripción y detalles sobre esta joya por P. F. DORMAN en Jewerly of Princess Sithathoryunet en The Metropolitan Museum of Art. Egypt and the Ancient Near East, Nueva York, 1987, pp. 38-39. También en G. BRUNTON, op. cit., pp. 28-29.
[5] Todos estos detalles, así como otros muchos utilizados en la representación de los distintos elementos del pectoral, también se plasman cuidadosamente sobre la superficie de oro en el reverso de la joya. En el cincelado incluso se recurre a diversas técnicas y formas de retoque para generar distintas texturas que diferencian el rostro del dios, la superficie del escarabajo, las distintas partes del plumaje de los halcones, las escamas de las serpiente, las rayas del faldellín de Hen, su cinturón, su ombligo… (Fig. 2).
[6] Una hoja de palmera era también el signo jeroglífico con el que se escribía "año". Se ha supuesto que la población egipcia podía llevar el cómputo de los días transcurridos haciendo una marca diaria sobre este elemento, aunque la arqueología no ha localizado ningún rastro sobre este sencillo "calendario". Ver en B. KEMP, 100 jeroglíficos. Introducción al mundo del antiguo Egipto, Barcelona, 2006, pp. 119-120.
[7] Sobre la simbología de la rana y del renacuajo ver por ejemplo R. H. WILKINSON, Cómo leer el arte egipcio. Guía de jeroglíficos del antiguo Egipto, Barcelona, 1995, pp. 108-109. También E. CASTEL, Egipto. Signos y símbolos de lo sagrado, Madrid, 1999, pp. 337-338.
[8] Lo cierto es que visualmente el conjunto del pectoral mantiene una forma enmarcable en lo trapezoidal, es decir, la forma típica que se asocia a la fachada de los templos. Es más, las líneas curvas básicas de la joya dibujan el perfil muy similar al de la colina akhet, forma que a su vez inspira la estructura de las propias fachadas de los templos. En el pectoral, por tanto, el nombre del faraón se situaría ocupando el lugar del sol en la colina akhet. Sobre akhet ver WILKINSON, op. cit, p. 136-137, también KEMP, op.cit, pp. 29-30. Sobre la colina del horizonte como inspiración de la fachada de los templos ver R. H. WILKINSON, Magia y símbolo en el arte egipcio, Madrid, 2003, pp. 42-43, 184-185, también M. A, MOLINERO, Templo y cosmos en Arte y sociedad del antiguo Egipto, Madrid 200, pp. 83 y siguientes.
[9] En el pectoral con el cartucho de Amenemes III ( 1842-1797 a. C.), que copia el diseño del pectoral anterior, se aprecia claramente un menor refinamiento en el trabajo de sus creadores, un menor detallismo y menor precisión técnica. Incluso los materiales utilizados, en muchos casos, son elementos que imitan las piedras preciosas (que sí eran auténticas en el pectoral con el cartucho de Sesostris II). Ni siquiera la grafía del nombre de Amenemes III permite jugar con determinadas metáforas que sí existen en el otro pectoral. Tampoco se contrasta el sol en el nombre del monarca de los discos que aparecen sobre la cabeza de los halcones, pues todos han sido realizados mediante una incrustación roja(Fig.3).
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